En una guerra total como lo fue la IIGM, la distinción tradicional entre militares y civiles desapareció completamente. Y los civiles, entre ellos niños y niñas, fueron sus objetivos más que nunca. A una edad a la que tenían que jugar y estudiar, disfrutar de su inocencia infantil y crecer al calor del hogar familiar, los menores vivieron en un entorno cotidiano de violencia y vulnerabilidad. Los bombardeos indiscriminados sobre sus pueblos y ciudades, a veces indefensas, también formaron parte de su cotidianidad y originaron numerosas víctimas civiles.
Su finalidad era la destrucción de objetivos militares e industriales y de ciudades. También golpear la moral de civiles enemigos para quebrantar su voluntad y forzar la capitulación de sus países. Entre 1940 y 1941, la fuerza aérea alemana empleó esa táctica contra el Reino Unido. Durante la Blitz, la Luftwaffe bombardeó puntos estratégicos y ciudades, principalmente Londres, causando más de 40.000 víctimas mortales entre los civiles. Unos 7.736 niños murieron y 7.622 fueron gravemente heridos.
Las fuerzas aéreas británicas y estadounidenses también utilizaron ese método. Por un lado, el bombardeo estratégico en países ocupados, como Francia e Italia. En cada país, murieron más de 50.000 civiles a causa de las bombas. Por otro lado, Alemania fue masivamente bombardeada. En 1943, durante la Operación Gomorra, los aliados arrasaron Hamburgo con tormentas de fuego. La meta de la Operación fue psicológica: atemorizar a los civiles, especialmente a los obreros. Los ataques se saldaron con más de 40.000 civiles muertos y otros tantos heridos. No obstante, en febrero de 1945, Dresde, una ciudad no estratégica industrial y militarmente, fue reducida a cenizas en uno de los bombardeos aliados más controvertidos en Europa. El balance, más de 35.000 fallecidos, entre mujeres, niños y ancianos.
Aunque Alemania fue el país más bombardeado durante la guerra, uno de los ataques más mortíferos tuvo lugar sobre Tokio. Las bombas de las fuerzas aéreas estadounidenses mataron a más de 100.000 civiles, poco antes de atacar Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945. En otras partes, el bombardeo estratégico formó parte de acciones militares prolongadas. Ocurrió en el cerco de Leningrado (1941-1944), durante la Operación Barbarroja iniciada por Alemania contra la URSS. A través de bombas incendiarias, destrucción de hogares, bloqueo y corte de suministros se buscaba aniquilar la resistencia de la población civil, compuesta casi exclusivamente por niños, mujeres y ancianos.
El asedio duró 900 días, quedando atrapados en la ciudad 3.200.000 residentes, de los cuales 400.000 niños. Hubo cerca de un millón de muertes civiles. Más del 90% pereció por hambre, frío, enfermedad y fuego enemigo. Hasta 1944, los alemanes lanzaron sobre la ciudad 148.478 proyectiles de artillería, 102.500 bombas incendiarias, y 4.638 bombas explosivas.
La resistencia y la supervivencia en la ciudad sitiada se debió principalmente a las mujeres, soviéticas y extranjeras: abuelas, madres, hijas, obreras y combatientes. Entre ellas, más de un centenar de jovencitas españolas evacuadas a la URSS durante la Guerra Civil que contribuyeron a la defensa de la ciudad y al cuidado de habitantes y heridos.
La invasión y la ocupación de vastos territorios en Europa por la Alemania nazi sembraron terror, miedo y sumisión entre la población civil. También colaboración por razones ideológicas, raciales y de supervivencia. Diariamente los civiles convivieron con el ocupante que exhibía uniformes, brazaletes e insignias; colocaba banderas rojas con esvásticas en edificios; y lanzaba propaganda colaboracionista, contrapropaganda y censura. La omnipresencia de los elementos del triunfo nazi y la ocupación de sus países suscitaron la reacción de civiles y combatientes en Bélgica, Francia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Polonia, Eslovaquia, Italia, Yugoslavia, Grecia o la URSS.
Los movimientos de Resistencia se expresaron en múltiples formas: ataques y operaciones contra tropas, oficiales e instalaciones militares; sabotajes de vías de tren; asesinato de informantes; organización de protestas; rescate de menores y adultos; ayudas a fugitivos; falsificación de documentos; obtención y transmisión de informaciones para los Aliados, etc. Aquellos “ejércitos en la sombra” estuvieron formados por muchos héroes anónimos. Junto a los adultos, participaron niños y adolescentes, siguiendo el ejemplo de sus padres, luchando por la libertad con espíritu aventurero, coraje y temeridad.
Algunos combatieron en las primeras líneas, otros lo hicieron como saboteadores, mensajeros, espías o agentes de información. No obstante, la Resistencia no fueron únicamente ellos. Las mujeres desempeñaron misiones clave en situación de riesgo y clandestinidad. La Resistencia europea contó con espías, agentes de enlace, secretarias, asistentes sociales, médicas, enfermeras, aviadoras, francotiradoras, operadoras de radio, etc. Además, muchas de ellas escondieron a perseguidos, cuidaron a heridos y abastecieron a resistentes.
Entre sus filas se encontraban pequeñas y jóvenes heroínas, como Zinaida Portnova que participó en acciones de sabotaje, distribución de panfletos y recogida y ocultamiento de armas para los soviéticos. En calidad de ayudante de cocina infiltrada en una guarnición nazi, envenenó los alimentos causando un centenar de bajas. Posteriormente, fue capturada, torturada y ejecutada por la Gestapo. Otro ejemplo de lucha y valor fue el de la partisana y enfermera María Pardina Ramos que actuó en el frente de Leningrado, junto a niñas y niños españoles acogidos por la URSS entre 1937 y 1938.
A pesar de su edad, los menores fueron resistentes y combatientes anónimos por la libertad en una Europa en guerra. Como revela una resistente francesa, “mi papá me enseñó de muy, muy joven a luchar por la libertad. Lucha por tu país. Lucha por la humanidad”.
Más de un millón y medio de niños y adolescentes de Alemania y de los países europeos ocupados fueron asesinados por el Tercer Reich y sus colaboradores por razones raciales, biológicas y políticas. Durante el Holocausto, cerca de un millón de niños judíos perecieron en la deportación o en guetos, víctimas del hambre, de las enfermedades y de las condiciones infrahumanas; en campos de concentración, a causa del trabajo forzado, de los brutales experimentos médicos y de la deshumanización; y, en campos de exterminio, ya que los menores de 13 años, las mujeres embarazadas y los mayores de 50 años eran enviados directamente a la cámara de gas.
Sus destinos fueron los guetos de Polonia, Ucrania, Hungría y Rumanía, de los Países Bálticos y del Protectorado de Bohemia y Moravia, y los centros de la muerte de Auschwitz-Birkenau, Belzec, Chelmno, Majdanek, Sobibor y Treblinka.
A algunos de esos campos llegaron otros niños “indeseables”, “asociales” y “racialmente inferiores”, como los menores romaníes y sinti, víctimas también del exterminio sistemático nazi o del Porrajmos. Durante la IIGM, unos 500.000 romaníes fueron sujetos a la deportación en Polonia; al internamiento en los campos especiales de Marzahn (Alemania), Lackenbach y Salzburg (Austria); al encarcelamiento en los campos de concentración de Bergen-Belsen, Sachsenhausen, Buchenwald, Dachau, Mauthausen, y Ravensbrück. Las pruebas de Zyclon-B en Buchenwald, los experimentos médicos en Ravensbrück, Natzweiler-Struthof y Sachsenhausen, las cámaras de gas de Auschwitz y los fusilamientos en masa en Polonia, Hungría, Yugoslavia y Albania causaron la muerte de miles de menores romaníes.
En un destino trágicamente compartido, niños romaníes, judíos y no judíos perecieron junto a sus familias en los fusilamientos masivos perpetuados por los escuadrones móviles de ejecución (Einsatzgruppen), apoyados por las SS, en los territorios soviéticos ocupados por los alemanes. Uno de los capítulos más trágicos del “Holocausto a balazos” se escribió en el barranco de Babi Yar, cerca de Kíev, en septiembre de 1941. Allí ocurrió el mayor asesinato de judíos, romaníes, civiles ucranianos y prisioneros de guerra soviéticos durante la IIGM. Las matanzas se prolongaron hasta el otoño de 1943, con 100.000 víctimas judías y no judías, la mayoría niños, mujeres, enfermos y ancianos.
Entre otras tragedias de inocentes se encuentra la aniquilación del pueblo checo de Lídice. Las tropas nazis cometieron una cruel venganza contra su población, como castigo por el atentado de un comando checoslovaco contra el “Carnicero de Praga”, Reinhard Heydrich, el gobernador del Protectorado de Bohemia y Moravia y uno de los ideólogos de la “Solución Final”. Los civiles fueron vinculados falsamente con el atentado y la consecuente muerte de Heydrich. Los alemanes ejecutaron a 173 hombres y adolescentes, deportaron a 203 mujeres y jóvenes a Ravensbrück, y gasearon a 42 niñas y 40 niños en Chelmno. En su memoria y la de otros tantos inocentes se alzó un monumento.
Desde mayo de 1945, militares y civiles celebraron la liberación y la victoria aliada en una Europa en ruinas. Aquella victoria se saldó con la muerte de unos 70 millones de combatientes y no combatientes, siendo la URSS, China, Alemania y Polonia, los países que registraron las mayores pérdidas humanas. Durante la guerra, las poblaciones civiles fueron sus víctimas, sufriendo incontables violaciones de sus derechos. Además, millones de civiles, menores y adultos, tuvieron que abandonar sus hogares, convirtiéndose en desplazados y refugiados. En su día a día, niños, mujeres y ancianos convivieron y afrontaron la guerra, la destrucción, el hambre, las privaciones, las enfermedades y los rigores climáticos.
La situación de la infancia movilizó a organizaciones humanitarias que, por principios religiosos, humanitarios, éticos, caritativos o filantrópicos, actuaron sobre el terreno para aliviar su sufrimiento. Una de esas organizaciones fue la Commission Mixte de Secours, que socorrió a niños y adolescentes en Bélgica, Francia, Holanda, Noruega, Finlandia, Grecia, Yugoslavia, Polonia, Italia y los países bálticos.
A esa labor de rescate contribuyó la Croix-Rouge suisse- Secours aux enfants cuya acción humanitaria con alimentos, medicamentos y fortificantes se centró en menores franceses, belgas, finlandeses, griegos, italianos, serbios y croatas. La Œuvre de secours aux enfants estableció una red de 25 casas para proteger a niños judíos, sacarlos de los campos franceses o evacuarlos al extranjero en colaboración con los American Friends Service Committee. Los cuáqueros se distinguieron por sus obras en los campos franceses y hospitales, alimentaron refugiados, cuidaron a menores en colonias y gestionaron servicios de comida para niños.
Durante la guerra y la postguerra, la protección de la infancia fue posible gracias a las voluntarias de la ayuda humanitaria, enfermeras, médicas, cuidadoras, educadoras o maestras, que con sus labores lucharon por la protección física y mental de los menores. De hecho, más del 40% del personal de la gran organización humanitaria de la postguerra, United Nations Relief and Rehabilitation Administration (UNRRA), fueron mujeres. En 1945, UNRRA inició sus trabajos en Grecia, país que sufrió una terrible hambruna tras la ocupación alemana.
Hasta su disolución en 1947, las misiones de la UNRRA y su ayuda humanitaria con alimentos, ropa y medicinas llegaron a Austria, Alemania, Albania, Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Hungría, Ucrania, Bielorrusia, Finlandia, Italia, así como a países africanos y asiáticos.
Las organizaciones de la época tuvieron que hacer frente a olas de refugiados sin precedentes y a una crisis humanitaria de enormes proporciones que asoló a los civiles. La postguerra fue testigo de la existencia de millones de niños deportados, refugiados o desplazados, no acompañados, abandonados o huérfanos. También de la tragedia de miles de niños de “características arias”, arrancados de sus hogares por las fuerzas nazis en Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Bélgica, Holanda, Noruega o la URSS y enviados a Alemania para la germanización en los centros Lebensborn-Heime o mediante la adopción. Desafortunadamente, la historia volvió a repetirse. Muchos huérfanos de guerra fueron separados de sus familias adoptivas o robados por los vencedores para repoblar sus territorios. Las secuelas físicas y psicológicas del conflicto persiguieron a aquellos niños de la guerra, incluso de por vida. Al igual que a los niños supervivientes de las bombas atómicas, lanzadas sobre los civiles de Hiroshima y Nagasaki. Poco tiempo después, se produjo la rendición de Japón, marcando el fin de Segunda Guerra Mundial.